domingo, 30 de diciembre de 2012

El Gran Mandamiento: El Amor

Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mateo 22:36-40)
Los fariseos le preguntaron a Jesús: “¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?” Si esa pregunta preguntamos a muchos cristianos quizás van a tener varias respuestas. Algunos quizás te van a hablar de normas y reglamentos (no que no sean importantes), otros quizás no van a conocer la repuesta.
Jesús respondió a la pregunta diciendo el gran mandamiento es  el amor. Jesús declaró que toda la ley de Dios esta resumido en esa sola palabra. El cumplimiento de las profecías se resume en esa palabra: Amor. Jesús es el cumplimiento de la ley y las profecías. Ellos existiendo para revelar a Él.  Él es la expresión misma del amor de Dios para nosotros. No hay más grande expresión de Su amor que Su muerte en la cruz de Calvario.
Todos conocemos la simple verdad que Dios es amor. Pero esta verdad es más que simplemente una expresión. Es más que un concepto religioso. ¿Vivimos experimentando el amor de Dios? ¿Somos transformados por el amor de Dios? ¿Se ve el amor de Dios en nuestra vida? ¿Transmitimos el amor de Dios a los demás? ¿Es el amor de Dios algo real y viva en nuestras vidas o es solo un conocimiento distante? Muchos dicen tener el amor de Dios, conocer el amor de Dios, pero cuando reflexionamos en nuestras vidas: ¿Vemos el amor de Dios?   
¿Cómo el amor de Dios se aplica a nuestra vida? Jesús dijo que tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente. Cuando hacemos un estudio de las palabras en el griego entendemos que Jesús decía que tenemos amar a Dios con nuestros pensamientos o sentimientos, con nuestro espíritu  y con nuestro intelecto o entendimiento. Nuestra meta debe ser amar a Dios con todo lo que somos. Amar a Dios no es simplemente un sentimiento o una emoción. Sí, eso tiene parte, pero nuestro amor por Dios tiene que ser más profundo. Tiene que ser un amor que va durar en los tiempos buenos y los tiempos difíciles. Nuestro amor tiene que estar basados en quien Él es. Hay momentos difíciles que nuestros sentimientos no quieren engañar pero en nuestra mente lo que conocemos de Dios nos hace ser fiel a Dios. Hay momentos que aun nuestro conocimiento es suficiente, pero seguimos por el amor de Dios en el hombre interior, en nuestro espíritu.  
Nuestra adoración es la expresión de nuestro amor por Dios. Adoramos porque amamos a Él. Hay personas que deciden no adorar a Dios, porque su amor se ha enfriado. Nuestro amor por Dios debe ir más allá del sentimiento, va más allá de nuestro problema, va más allá de los que otros deciden hacer. Nuestra adoración es nuestra expresión de amor por quien Él es y lo que Él ha hecho por nuestros.
Cuando tenemos un encuentro con el amor de Dios somos transformados. El amor de Dios encontramos en la cruz, la máxima expresión del amor de Dios. Jesús nos amó y dio su vida por nosotros. No hay amor más grande que eso. ¡Cuánto necesitamos el amor de Dios! Necesitamos ser inundados y ser transformado por Su amor. Cuando recibimos Su perdón y amor recibimos un corazón diferente. No podemos odiar más. No podemos guardar rencor. No podemos no perdonar. Dios nos cambia. La sangre de Jesús nos limpia. Cuando alineamos nuestro corazón con Dios y el amor de Dios llena nuestro corazón ese amor se refleja en nuestro en nuestra vida y en nuestras relaciones. Como estamos reconciliados con Dios también reconciliamos con nuestro prójimo. Jesús dijo: “Y el segundo (mandamiento) es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Nuestro mayor mandamiento es amar a Dios y amar a los demás.
Jesús dijo a Sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35). La personas van conocer a la Iglesia por el amor que ellos sienten, el amor que ven entre los hermanos. Ahora antes en criticar a la Iglesia por no tener amor, reflexione en tu propia vida. ¿Estoy yo actuando con amor? Si tú has sido bautizado en Su nombre, si has recibido Su Espíritu Santo, tú eres parte de la Iglesia, es más, eres el templo de Dios. ¿Reflejan mis palabras el amor de Dios? ¿Reflejan mis acciones el amor de Dios? ¿Siento un amor genuino por Dios y los demás o estoy yo siguiendo solo mandamientos mientras estando lejos del corazón de Dios?
Los fariseos en los tiempos de Jesús cumplían como muchos mandamientos aún más allá de lo que pedía la Ley de Moisés pero se habían establecido un espíritu de orgullo y juicio. A veces tenemos fariseos en la iglesia. Muchos pasan más tiempo criticando y juzgando a los demás que demostrando misericordia y amando a los que rodean. Unos se sienten bien porque ellos son más “santos”, cuando su espíritu está lejos de la santidad de Dios.  ¿Tengo yo el espíritu de un Fariseo? Señor, Dame un corazón lleno de tu amor. Ayúdame tener un corazón lleno de amor de Dios.
El Apóstol  Juan dijo: “Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre” (1 Juan 2:7-12). Jesús había dado un mandamiento nuevo de amor. Juan dice este es el mandamiento debemos seguir. Él nos dice que no podemos decir que amamos a Dios y no amar a nuestro hermano. Hay personas que claman que tiene una maravillosa relación con Dios sin embargo su corazón está lleno de rencor, envidia y de crítica por los demás.  Si no podemos perdonar es tiempo de volver a la cruz y pedir perdona a Dios por nuestra actitud y reconciliar con los demás. Todo lo otro pierde su importancia en nuestra vida espiritual si no tenemos el amor.
Pablo lo dijo a si a la Iglesia de Corintios: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:1-3).
Nuestros sacrificios no tienen valor si no tenemos amor. Nuestro servicio no tiene valor si tenemos amor. Nuestros talentos no tienen valor si no tenemos amor. Nuestros dones espirituales no tienen valor si no tenemos amor. Nada en esta vida importa si no tenemos el amor de Dios en nuestras vidas.
Pero algunos quizás dicen: “Pero yo si tengo amor”. Muchas veces no comprendemos lo que realmente es el amor de Dios. El Apóstol Pablo describe el amor diciendo: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser…” (1 Corintios 13:4-8).
La realidad es que todos hemos fallado. A todos nos ha faltado el amor en algún momento. Señor llena mi corazón de tu amor. Cámbiame, dame un nuevo corazón. No quiero confundir los ritos de la religión con el amor de Dios. Quiero volver a Jesús, volver a Su amor y ser un verdadero seguidor de Él.    

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